la muñeca

 -Señora. El abanico.
Doña Carlota alargó el brazo sin mover nada más de su delgado cuerpo, estática, como una vara plantada en el suelo.
Lucas, el mayordomo de toda la vida, que sirvió fielmente a su familia desde que la propia Doña Carlota era una adolescente, y hoy ya metida en años aunque nadie sabe con seguridad de cuantos estaríamos hablando.
-Lucas.
-Señora.
-Hace años que deseo hacerte una pregunta.
-Usted dirá.
-Recuerdas aquella muñeca que tuve de cabello rubio y alargado, que tenia siempre sobre mi cama.
-La recuerdo vagamente, si
-¿Qué fue de ella?
-Lo ignoro señora, quizá se guardó en el almacén, posiblemente.
-Fue mi madre-dijo Doña Carlota,-fue ella quien me la guardó.
-Quiero que vayas a buscarla-le dijo a Lucas.
-Por supuesto, en unos minutos saldré a buscarla.
-Me gustaba jugar con esa muñeca-dijo Doña Carlota, -era mi favorita, me la ponía sobre mi regazo y le contaba cuentos, ella reía feliz.
Ambos quedaron observándose.
-Vé-le dijo, -tráemela, quiero jugar con ella una vez más.
Lucas observó, la miró con simpatía y sonrió asintiendo con la cabeza, salió de la habitación y fue hasta un armario, abrió un cajón y de él sacó una peluca que se colocó.
-¡ Señora!-gritó,-¡Ya la he encontrado!
Doña Carlota sonrió feliz y su cuerpo perdió su rigidez, alzándose deprisa de su silla salió en dirección a su dormitorio y entro en él.
Allí estaba Lucas, tumbado sobre la cama, con el rostro maquillado y recién afeitado, los labios de Carmín fucsia y una bata azul celeste que le llegaba hasta la pantorrillas.
Doña Carlota se lanzó hacia la cama y de rodillas en ella, puso la espalda de Lucas sobre su regazo, y comenzó a narrarle los cuentos que aprendió de pequeña.