sábado, 24 de agosto de 2019

Mascota

Rapto de Ganimedes: de Antonio Allegri
 da Correggio,
-Perdóneme Padre, porque he pecado.
Sebastian se había arrodillado al llegar al confesionario de una Iglesia de barrio, na comunidad reciente en un edificio también de reciente construcción.
El sacerdote, sentado de perfil  ante Sebastian no estaba sin embargo separado de él como en los antiguos confesionarios en los que el sacerdote parecía estar ausente, casi invisible; una figura lejana e inaccesible.
-No se bien cómo funciona ésto de la confesión, recuerdo vagamente cuando me preparaba para la primera comunión, que desde entonces no he vuelto a hacer algo así- dijo Sebastian.
-No te preocupes- le contestó el sacerdote-, simplemente dime qué ocurre en tu alma que te inquieta tanto como para haber venido hasta aquí.
-Es complicado pero debo decirlo en confesión.
-Descuida, confía y no te juzgaré.
-He secuestrado a un hombre, lo tengo en  mi casa.
-¿Pero qué me estás diciendo; has secuestrado a alguien y lo tienes en tu casa y vienes a decírmelo?-el sacerdote salió del estado de tranquilidad rutinaria a la que estaba acostumbrado, en lo que a lo sumo, alguna parroquiana se habría arrepentido de haber disfrutado en el tálamo con su esposo
-Supongo y espero-dijo el sacerdote tras la sacudida de la noticia-, es que te has arrepentido y has venido a contármelo porque ahora no sabes como solucionar el problema?

Sebastian miró al sacerdote y éste a Sebastian,

-Has de soltarle de inmediato y afrontar con valentía las consecuencias.
-No es fácil.
-Supongo que no, porque tendrás que afrontar la consecuencia de algo tan grave; pero Dios estará a tu lado.
-No, si no es eso.
-Entonces...
-No me arrepiento de haber secuestrado a éste hombre, después de todo es un indigente al que le estoy proporcionando comida; techo y cama,  además de atenciones de todo tipo.
El problema es que esa persona me está haciendo recordar a otra persona a la que secuestré hará ya como quince años.

Aquel sacerdote no estaba preparado para una situación de ése tipo, le costaba procesar y sacar alguna frase que pudiera considerar efectiva o útil en esa situación, pero ¿Qué podría decir si estaba acostumbrado a asuntos que junto a éste eran meras fruslerías? La aburrida cháchara de sus parroquianos y sobre todo de parroquianas,  que eran la mayoría de sus leales.

-No puedo creer lo que escucho-dijo el atribulado hombre de Dios, llevando su espalda hacia atrás hasta que su cabeza tocó la pared del confesionario-.
Lo lamento-dijo Sebastian-, porque hice algo que estuvo mal, de eso me arrepiento; pues al final la desatendí y hoy, tengo un espinoso y opresivo sentimiento de culpa; una emoción a la que no estoy acostumbrado; hoy que tengo una nueva mascota me viene ella a la mente y hace que la recuerde con pesar.
-Deduzco que era una mujer.
-Si, era una mujer, pero no la secuestré por serlo y de hecho, he secuestrado a un hombre para que se me recuerde como secuestrador, para que mi acción no quede en la mente colectiva como la obra de un misogino machista; porque son cosas diferentes que diferencian a sus autores y les caracterizan.

-De acuerdo, eres un secuestrador y eso es o que te hace ser tu mismo ¿No?
-Claro, así es-dijo Sebastian-, quiero que sepa, que la tuve dos años y que si bien al principio fue una relación difícil, porque obviamente el periodo de adaptación en esa circunstancia no ha de ser fácil; ella fue adaptándose y al final se sentía cómoda e incluso tuvo muchos momentos de felicidad y su sonrisa entonces  iluminaba su entorno.
Yo le proporcionaba todo cuanto necesitaba e incluso más; excepto la libertad como es obvio.
-¿Qué pasó con ella?
-A éso iba, porque ése es el asunto y la razón que me trae aquí. Desconozco la suerte de aquella muchacha.
-¿Sigue viva?
-No lo sé y espero que si; le perdí la pista porque entré en un periodo muy difícil, sin recursos económicos que me permitieran mantener los gastos acostumbrados; no sabe usted el coste tan elevado que supone mantener a una mascota humana, es muy caro pero lo gastaba muy conforme pues se le veía tan feliz...
-¿Qué fue de ella?
-La vendí.
-¿¡La vendiste!?-, aquel sacerdote clavo su mirada con furia en Sebastian, que imperterrito le contaba aquello-, ¿Qué especie de monstruo eres?
-No tenía dinero y me surgió la posibilidad de obtener una cantidad que sin resolverme el problema, me permitiría  un poco de tranquilidad durante un tiempo.
.-No puedo aceptar tu relato como una confesión-dijo el sacerdote-, no puedo cargar sobre mi consciencia una cosa así, necesitas un psiquiatra porque yo no sé a qué has venido.
-Quizá; aunque era necesario confesar con usted.
-Debieras de haber buscado a otro, tu relato me hace mal.
-Hace quince años ¿No le dice nada?
El sacerdote miró a Sebastian y quedó expectante.
-Hace quince años le vi a usted en televisión; le recuerdo haciendo una petición pública en favor de su hermana desaparecida. Ambos le vimos, ella y yo juntos, sentados en el sofá de mi casa; no fue grato para ella.
El sacerdote rompió a llorar y Sebastian por primera vez durante toda la conversación, tuvo un gesto emocional de sorpresa y es que  esperaba una reacción violenta, algo más agresivo que simplemente un llanto.
-Es extraño-dijo Sebastian-, supongo que ahora que lo sabe se sentirá más aliviado.
El sacerdote calló al escuchar a Sebastian y al mirarle a lo ojos su expresión mudó poco a poco en ira.
-¡Era mi hermana!-gritó y llamó la atención de algunas personas que se encontraban en el templo; al darse cuenta de su grito había llamado la atención,  intentó recuperar el sosiego.
El sacerdote se acercó a Sebastian y puso su cara tan cerca del rostro de Sebastian, que casi se rozaba la piel de uno con la del otro.
-Te mataría aquí mismo si pudiera.
Sebastian le contestó -Pensé que saberlo le tranquilizaría, yo ahora que se lo he contado me siento mucho mejor.
El sacerdote puso sus manos en el cuello de Sebastian e intentó estrangularle; Sebastian introdujo sus brazos entre los brazos del sacerdote y consiguió quitárselo de encima.
El sacerdote quedó en pie, perplejo, observando a su alrededor, algunas de las personas que habían en el templo se acercaban a donde ellos estaban.
-¡Maldito seas!-le grito a Sebastian, que empezó a caminar hacia la puerta.
-Le entiendo-dijo Sebastian-, entiendo su reacción, me parece lógica y razonable.
Las personas que se alarmaron llegaban ya a donde estaba el sacerdote y se interesaban por él; otros le tranquilizaban.
-¡Eres un hijo del infierno!-le grito el cura-¿Cómo pudiste...? Ojalá te pudras en el infierno.
Sebastian, que ya estana a como a seis metros del sacerdote se giró.
-¿Y si ese lugar no existiera?
-Ha de existir; de lo contrario me he equivocado en todo.
Sebastian marchó a su casa ya más tranquilo; su nueva mascota le esperaba y deseaba jugar con ella.



Accidente aéreo en Italia

  Hace unos días, me encontré en facebook con esta fotografía, acompañada de la noticia de un accidente aéreo en Italia;  los accidentes aer...